Cisne Negro: Natalie Portman se Consagra

Tiene un arranque muy lento, pero para hacer el retrato de esta particular fragilidad se requieren muchas pinceladas, unas sutiles, otras no. Aronosfsky tiene que asfixiarnos en la claustrofóbica casa de una madre que expía sus frustraciones a través de su hija, un hogar que no puede llamarse así, pequeño sobrecargado, una prolongación del lugar de trabajo, la caja de musica convertida en prisión.
Hacernos comprender la crueldad soportada en la pugna con la élite de una profesión ya de por si elitista. Esbozarnos al monstruo que en cierto momento todos podemos llegar a albergar dentro, ese que empuja mucho más de lo que sospechábamos para seguir hacia adelante, que traiciona, el mismo que aviva el temor al fracaso, el que te puede hacer ver fantasmas donde no los hay.
Todo ese drama, ese terror, está dentro de una muñeca de porcelana de ojos tristes que apenas sonríe.
Se tocan muchisimos tópicos de la profesión; la profesional frustrada, la estrella que agoniza, la oscura figura de poder, la némesis con puntillas, los atajos tortuosos para alcanzar el éxito... Eso, en ocasiones, puede llegar a molestar porque obviamente son muchos tópicos como para profundizar en todos ellos. Otra cosa que también puede llegar a molestar es el efecto borroso por movimiento, aunque es comprensible como parte de un mecanismo de transmisión del punto de vista a la primera persona, especialmente cuando se ejecuta una coreografía de ballet.
Pero después las sombras son rotas por las luces y nunca mejor dicho, para el director el mundo es un escenario dominado por la luz, desde la tenue y cenital en los climas opresores, la ambiental suave, blanca y fría para denotar opulencia vacía, las estridentes, pulsantes y contrastadas para evocar el arrebatamiento de una acción.
Los espejos son otra constante, en los baños que se convierten en refugios para la ocultación de secretos, en casa en forma de tríptico, en los camerinos, salas de ensayos, en el reflejo del cristal de un taxi...el espejo es el abismo.
Quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo te devuelve la mirada. Nietzsche.
Poco a poco va apareciendo el paralelismo con la propia obra de Tchaikowsky, van convergiendo las historias, a veces parece que se va a desmarcar del clásico o que no puede llegar a encajar de ninguna manera pero el destino, por definición, es inexorable. La muñeca de porcelana se deshace con cada paso que la acerca a aquello para lo que fue fabricada. Prueba la salvaje libertad, cruza la linea que siempre maldijeron, la oscuridad le invade por una noche y le gusta su tacto, suaves plumas que hieren pero no duelen, es lo que le hacía falta para volar. El cisne negro comienza a agitar sus alas y se lleva su alma más alto en en cada batir, desde arriba todo se ve distinto, también se percibe el profundo vértigo al intuir la caída.
Ese vértigo se apodera de su interior confuso, palpita en cada plié, le destroza y le da la vida. Ese palpitar le llega a arrebata su propio yo, la muñeca de porcelana finalmente cae desde los cielo rompiéndose en mil pedazos, el final ha llegado. Ha sido perfecto.

Un mundo interior retratado con luz y mil detalles

En la película se juega desde un principio con la mente y sus oscuros laberintos; el Eros, el Tánatos, los miedos, la frustración, la presión externa, el mayor terror que es perder la identidad, descubrirte a ti mismo por la calle. Todo ello porque la épica de la historia está por completo contenida en el pellejo de LA Portman, prácticamente la mitad del film es un primer plano de Natalie, congestionado por la emoción y los nervios al principio, lívido al ver como su sueño la está matando, regio y sediento cuando el cisne negro comienza a aparecer. Cierto es que, parece una obviedad, hay más actores (Winona Rider, y Vincent Cassel), son meros secundarios, en el caso del personaje de Cassel puede turbar un poco su magnetismo oscuro pero igualmente termina diluyéndose en la tragedia interior de la protagonista, Nina.
Hay infinitos planos de apenas un segundo que cuentan más historias que media hora de voz en off. Recuerdo dos en particular; Uno de 3 segundos en el final del primer acto en donde la cámara va tras Natalie, conforme avanza hacia bambalinas de la mano del príncipe es bañada por cada uno de los tonos de los foco, la leyenda ha cobrado vida. Y el otro, es en la escena en donde se convierte en cisne negro progresivamente con cada fueté, en uno de los giros se deja ver durante menos de un segundo a las bailarinas en el backstage entre espejos, calentando, mientras inmóviles se asombran de la deslumbrante transformación...era un cuadro de Degas.
Aunque tiene un inicio lento y la temática no es asequible a todas las sensibilidades, va ganando en fuerza con los minutos. Quizás el asunto de la transformación se mastica demasiado, quizás el papel de la sustituta cuya sombra acecha y seduce por igual es el mismo satanás infinitas veces encarnado en una efigie seductora. Pero hay un algo imperfecto en esta película que sacude al espectador que tenga algo más que órganos en el pecho. Es la osadía de hacer que la pálida figura de Natalie Portman se masturbe ante su propia madre, de abordar un clásico, aunque sea desde fuera, con las pelotas que rara vez se echan en el cine, es retratar a Ícaro abrasándose por alcanzar el sol, es la tragedia griega remozada.
A mi en varias ocasiones el corazón compungido me puso los ojos vidriosos porque al final la tragedia se consuma, como a mi me gusta.

Polémica tardía

Ahora, ya han pasado los meses, La Portman tiene su Óscar (tm) y el tiempo ha ofrecido su perspectiva. Tardaron un poco en oirse las voces críticas, especialmente la de la doble que interpretó las escenas más técnicas de baile, según ella resultaron ser el 95%, el milagro se obró gracias al reemplazo de rostro digital. Luego está la propia Natalie, afirmando que masturbarse ante la cámara fue repugnante e igualmente desagradable besar a Mila Kunis (No sabe lo que dice), que le resultó muy violento tener que ver el montaje final sentada junto a sus padres. En fin, no vamos a hacer prensa rosa, hoy no, mañana quién sabe.